La persona que anhela sentirse plena, debe comenzar por recibir a Jesucristo como su Salvador.
Romanos 8.33-39
La sociedad moderna tiene muchas “soluciones” para la infelicidad. El poder, el amor, las drogas (legales o ilegales) son vistos como maneras de contrarrestar el vacío emocional, pero la felicidad que ofrecen se acaba pronto. Solamente el poder transformador de Dios puede convertir a alguien con un espíritu abatido, en un cristiano satisfecho que sabe lo que vale.
La persona que anhela sentirse plena, debe comenzar por recibir a Jesucristo como su Salvador. El pecado que hay entre ella y Dios tiene que desaparecer; después, con el poder del Espíritu Santo podrá encontrar el valor necesario para confrontar las heridas, frustraciones y pecados del pasado que pueden haber ayudado a que se sienta indigna del amor de Dios.
La persona con una sensación de plenitud se siente satisfecha con la vida. Sabe que es amada, lo que le ayuda a tener buena autoestima y la capacidad de amar a los demás. Los problemas son inevitables en este mundo, pero ellos no la destruyen ni la convierten en una persona amargada. ¿Por qué razón? Porque el creyente nacido de nuevo sabe que Dios ha prometido que hará que todo resulte para el bien de la vida de sus hijos (Ro 8.28).
En cambio, la persona que se siente fragmentada y vacía, muchas veces tiene la experiencia contraria; puede verse bien por fuera, pero por dentro está luchando. Esto puede sucederle también a los creyentes que no han aprendido a experimentar el amor de Dios. Fui pastor por varias décadas antes de sentir, en realidad, el amor del Padre. Solo entonces me sentí verdaderamente completo.
El Señor puede hacer (y hará) conocer su amor al creyente que se lo pida. Su amor es lo que trae la plenitud.
Devocional original de Ministerios En Contacto