Nuestras contribuciones más valiosas aquí en este mundo son las que edifican el reino de los cielos.
Lucas 12.15-21
La muerte es inevitable, pero a veces nos sorprende. Quizás usted esté de acuerdo con esto, porque conoce a alguien que murió de repente. La parábola de hoy describe esa situación. Habla de un hombre que tuvo comodidades y riqueza, pero que solo pensó en su tiempo en la Tierra. La muerte vino sin avisar, y no pudo llevarse nada consigo. Dios lo llamó necio por vivir enfocado solo en sí mismo. Aunque era rico a los ojos del mundo, el hombre no tenía ninguna relación con Dios y no había invertido nada en el reino de Cristo. Todos los tesoros que guardó aquí no valían nada una vez que murió. Lo que es aun peor es que, sin Cristo, estaría separado de Dios para siempre. Piense en el trágico desperdicio de una vida así.
Al pensar en las decisiones que tomó este hombre, vienen a mi mente dos preguntas importantes que debemos considerar. Primero, si yo muriera hoy, ¿iría al cielo? La salvación es un regalo para quienes confían en Cristo como el sacrificio aceptable por el pecado. Él es el único camino: ninguna excusa o creencias en otros caminos servirán. La Biblia enseña que cuando los creyentes mueren, se encuentran de inmediato en la presencia del Señor (2 Co 5.8). Segundo, ¿qué estoy haciendo con mi vida? ¿Estoy siendo motivado por deseos egoístas? ¿O es mi anhelo promover el reino de Dios? Como el hombre de esta parábola, no sabemos cuándo moriremos. Lo que sí sabemos es que la muerte es inevitable. Morir es un tema desagradable, pero la eternidad es digna de nuestra atención. En definitiva, es una inversión sabia asegurarse de la salvación e invertir en el reino de Dios.
Devocional original de Ministerios En Contacto