Los creyentes hemos sido llamados a ministrarnos unos a otros.
2 Timoteo 4.9-18
Como prisionero en una cárcel romana, Pablo se sentía decepcionado por haber sido abandonado en su hora de mayor necesidad. El apóstol se estaba defendiendo solo ante un tribunal, y sería ejecutado si el tribunal fallaba en su contra. Ni una sola de las personas cuyas vidas él había tocado estaba presente para defenderlo.
Hay muchas razones lógicas para explicar por qué los amigos de Pablo y los conversos que él había ganado para el Señor estaban ausentes. Por ejemplo, los testigos en un tribunal romano eran muchas veces considerados cómplices y tenían el mismo destino de los acusados. Nadie quería la sentencia de muerte que podría resultar por defender a Pablo.
Pero, creo que había también un motivo más sutil, que pueden comprender muchos creyentes modernos. Cuando aquellas personas vieron a Pablo, vieron en él a un gigante espiritual cuya fe podría soportar cualquier reto. Es posible que hayan pensado: Él no necesita mi ayuda o mi apoyo.
¿No hacemos nosotros lo mismo cuando se trata de nuestros pastores, maestros de la Biblia y otros líderes espirituales? Juzgamos la profundidad de la fe de otra persona, y damos por sentado que un cristiano maduro puede enfrentar lo que sea. En realidad, toda persona tiene debilidades y momentos cuando su fe vacila.
Pablo sabía que Dios cuidaría de él, pero aún así deseaba el toque de un amigo, palabras de aliento y la presencia física de sus seres queridos. No demos por sentado que otra persona puede prescindir de nuestra ayuda y amistad. Los creyentes hemos sido llamados a ministrarnos unos a otros (1 Ts 5.11).
Devocional original de Ministerios En Contacto