Al considerar todo lo que nuestro Dios Trino ha hecho por nosotros, la alabanza debe ser nuestra respuesta humilde y gozosa.
Apocalipsis 5
Cualquiera que no esté seguro de que el Señor Jesús es Dios, y que además es digno de adoración, debe echar un vistazo al pasaje de hoy. Esta escena celestial se abre con un dilema: no se encuentra a nadie digno de abrir el rollo que está en la mano derecha de Dios, hasta que el León de Judá, la raíz de David, aparece como Cordero inmolado. Este no es otro que Jesucristo, quien se ofreció como sacrificio por el pecado de la humanidad. Tomó nuestro pecado sobre sí, sufrió el castigo que merecíamos, y nos vistió de su justicia para que, por fe en Él, pudiéramos ser reconciliados con Dios. Él ahora está en el cielo, recibiendo alabanzas y honor de todos sus moradores. Solo Él es digno de romper los sellos y abrir el pergamino que contiene los planes finales de Dios para la historia humana.
Si los ángeles, los ancianos y los cuatro seres vivientes alaban al Hijo y al Padre con tal reverencia, admiración temerosa y exaltación, entonces nosotros, que somos receptores directos de la misericordia y la gracia divinas, también podemos hacerlo. Los ciudadanos del cielo no se refrenan en su incesante exaltación y adoración mientras se inclinan con humildad ante el trono. Al considerar todo lo que nuestro Dios Trino ha hecho por nosotros, la alabanza debe ser nuestra respuesta humilde y gozosa. Él se deleita en escuchar nuestras voces elevadas en exaltación y adoración cuando declaramos que es digno de toda honra.
¿Es Dios el centro de sus pensamientos y emociones durante el tiempo de adoración, o canta sin pensar, o lo adora solo por emoción? Aunque la adoración será perfecta solo en el cielo, comencemos a practicarla hoy mismo.
Devocional original de Ministerios En Contacto