“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” Gálatas 6:1 “
Me encontraba predicando en un retiro con hermanos de la iglesia, cuando alguien de repente, se acercó para avisarme que mi hijo Ezequiel estaba accidentado. Mi hijo menor, se había trepado a un sitio muy alto, desde donde se había resbalado y cayendo al piso se fracturó ambos brazos. Pasado el susto y las corridas, vino el tiempo de la restauración. Ezequiel estuvo un buen tiempo con los brazos enyesados. Y para un niño tan activo como él, fue muy difícil verse privado de hacer tantas cosas, con la prioridad de volver a estar bien, de ser sanado.
Los riesgos del crecimiento En la familia de Dios también puede suceder que en algún momento, alguien tenga un “accidente” en su caminar con el Señor. Es decir, que tal vez sin darse cuenta haya caído en alguna situación contraria a los consejos bíblicos. Así como a Ezequiel, tal vez con el afán de servir, predicar y crecer, nos puede ocurrir de descuidar nuestra comunión con el Espíritu Santo y permitir el pecado en nuestro corazón. Tal vez sin imaginarlo, la persona cae, o un golpe quebranta su vida y necesita atención inmediata. Tal vez hasta un “yeso” en el sentido de un tratamiento específico. El dolor, la culpa, las consecuencias del pecado, se ven por todas partes y la iglesia debe estar preparada para la restauración del caído.
El verdadero rol de los hermanos mayores en la fe. En el pasaje de la clase de hoy, el apóstol Pablo hace un llamado a “los espirituales” para que lleven adelante esta tarea de restauración. Serán ellos los responsables de “enyesar” a la persona que ha caído, aconsejándole para que sane y sea restaurada. Serán ellos los que oren con él o ella y revisen con paciencia y amor las causas del accidente. Serán las personas crecidas y espirituales las que ayuden al caído con temor de Dios, sabiendo que nadie está exento de equivocarse y que, si no fuera por la misericordia de Dios, podrían estar en su lugar.
Por tanto, estemos atentos a los riesgos que conllevan el compromiso espiritual y el crecimiento en la fe. Sabiendo que nadie es ajeno a equivocarse y necesitar ayuda. Estemos atentos a guardar el corazón y también a nuestro entorno para ser un instrumento de restauración hacia quienes la necesitan. Que la misericordia y la verdad colmen tanto nuestro corazón que podamos cumplir cada día fielmente nuestro llamado. ¡Atendamos al caído!
Devocional original de Claudio Freidzon