Cuanto más tiempo vivamos como cristianos, más nos sentiremos como extranjeros en este mundo.

Apocalipsis 21.1-21

Cuanto más tiempo vivamos como cristianos, más nos sentiremos como extranjeros en este mundo. Algo dentro de nosotros reconoce que somos forasteros, y anhelamos el día cuando Cristo abra la puerta del cielo y nos dé la bienvenida a casa. Aunque todo lo que Dios ha preparado para nosotros está más allá de nuestra comprensión, el apóstol Juan nos ayuda a tener un vislumbre al describir el contraste entre lo que conocemos en este mundo, y cómo será el cielo.

Dios morará entre nosotros. A lo largo de la historia, ningún ser humano ha podido ver a Dios, pero esa barrera no se mantendrá, pues el pecado será erradicado de nosotros. Puesto que seremos justos para siempre, ya no tendremos que luchar una y otra vez contra los impulsos impíos.

Las consecuencias del pecado pasarán. Todo el sufrimiento que nos ha afligido terminará. No habrá más lágrimas, muerte, luto o dolor. Ahí es cuando descubriremos por experiencia personal la verdad del Salmo 16.11: “En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”.

Nuestro nuevo hogar será glorioso. El Señor Jesús aseguró a sus discípulos que iba a preparar un lugar para ellos en la casa de su Padre (Jn 14.2, 3). La ubicación es la Nueva Jerusalén, y como se trata de un cubo de más de 2.400 kilómetros por lado (Ap 21.16), habrá suficiente espacio para cada creyente. Ese lugar extraordinario irradia la brillantez de la gloria de Dios como un gran diamante multifacético; el apóstol Juan comparó su belleza con la de una novia adornada para su esposo el día de su boda.

Fije en su mente la imagen de la descripción de Juan. En esos momentos en que esta vida le decepcione, recuerde que todavía no está en casa.

Devocional original de Ministerios En Contacto

Camino a casa

| Blog |
About The Author
-