Clamar a Dios y pedirle que obre en nuestra vida requiere humildad y persistencia.
2 Crónicas 20.1-25
Cuando invocamos el nombre de Dios con humildad, Él libera un poder impresionante. La Biblia está llena de historias de su poderosa intervención a favor de los que claman a Él. Por ejemplo, Josafat recibió la noticia de que los moabitas, los amonitas y los meunitas estaban uniendo sus fuerzas para librar una guerra contra su reino. Pero el pasaje de hoy habla de la confianza del rey en el Señor en ese momento de adversidad. Josafat admitió su temor, pero se recordó a sí mismo la fidelidad de Dios para con otros creyentes en el pasado (2 Cr 20.7). Al confesar la dependencia total en el Señor, reunió a todos los israelitas para que clamaran a su Padre. A través del profeta Jahaziel, Dios les recordó que esta era su batalla, así que no debían temer (2 Cr 20.14, 15). El pueblo alabó al Señor por su aliento, y cuando “llegaron al atalaya del desierto, miraron hacia la multitud y… ninguno había escapado” (2 Cr 20.24). Todos sus enemigos yacían muertos.
Dios actúo de una manera más milagrosa de lo que cualquiera podría imaginar en ese momento, y lo sigue haciendo hoy. A través de la oración, la alabanza, el canto y el ayuno, podemos pedirle su intervención. El Señor está listo para respondernos cuando acudimos a Él con corazones afligidos y preocupaciones urgentes. Aunque no podemos tener éxito en la vida sin su ayuda, lo intentamos con demasiada frecuencia. Clamar a Dios y pedirle que obre en nuestra vida requiere humildad y persistencia. Al permitirnos llevar nuestras preocupaciones y deseos ante Él, Cristo nos ayuda con amor a darnos cuenta de nuestra dependencia y de su poder.
Devocional original de Ministerios En Contacto