Renovar sin cesar nuestras mentes con la Palabra de Dios evitará que volvamos a enamorarnos de las cosas mundanas.

Romanos 12.1, 2

A veces cometemos el error de pensar que la adoración solo se realiza en la iglesia. Pero el pasaje de hoy pinta una imagen mucho más completa de lo que implica este esfuerzo humano: no se trata solo del acto de dar al Señor nuestra sincera alabanza y adoración, sino que también se define como ofrecerle un sacrificio. De hecho, la primera vez que leemos la palabra adoración en las Sagradas Escrituras, tiene que ver con la disposición de Abraham de ofrecer a su hijo Isaac como un sacrificio a Dios. (Gn 22.5). A través de Jesucristo, Dios en su misericordia y su gracia nos salvó de la condenación por nuestros pecados. Cuando comprendemos la magnitud de esa bendición, la respuesta natural es ofrecernos a Él. Después de todo, Cristo nos compró para Dios, rescatándonos de la esclavitud del pecado. Por eso, ahora le pertenecemos en cuerpo, alma y espíritu. Esto significa que ya no debemos vivir según los valores del mundo.

Así es como lo expresa Santiago 4.4: “La amistad del mundo es enemistad contra Dios”. Eso no quiere decir que no podamos disfrutar de bendiciones terrenales, pero no queremos ser partidarios de las tentaciones, las actitudes, los valores y las prioridades pecaminosas del mundo. Renovar sin cesar nuestras mentes con la Palabra de Dios evitará que volvamos a enamorarnos de las cosas mundanas. Las Sagradas Escrituras transformarán nuestra mentalidad al aclarar lo que nuestro Padre celestial desea para nosotros. Entonces, a medida que crezcamos en nuestro amor por Cristo y la obediencia a Él, la adoración se convertirá en una oportunidad diaria en vez de una actividad de los domingos.

Devocional original de Ministerios En Contacto

El sacrificio de la adoración

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