Una de las maneras más efectivas de vencer el orgullo es mirar el ejemplo de Cristo.
Mateo 23.1-12
El orgullo es engañoso. De hecho, la persona orgullosa suele ser la última en darse cuenta de la condición de su corazón. Este fue el caso de los escribas y fariseos a quienes el Señor confrontó. Se consideraban buenas personas que guardaban la ley de Dios, pero no veían su deseo de prominencia y respeto como evidencia de orgullo. Lo mismo ocurre hoy: nuestra búsqueda de reconocimiento y validación sigue fluyendo del orgullo. Quizás queremos que alguien nos agradezca por el trabajo que hemos hecho, y si no lo hace, nos resentimos o comenzamos a sentir lástima de nosotros mismos. O tal vez nuestro orgullo se manifieste con una actitud de superioridad, y en secreto nos consideramos mejores que los que nos rodean. Podemos incluso optar por asociarnos con personas notables y respetadas, mientras ignoramos a aquellos que no lo son.
Sin embargo, mientras perseguimos la admiración, nuestro espíritu se marchita porque nos hemos vuelto orgullosos. La única solución es volver a Dios y humillarnos ante Él, confesando nuestro pecado y reconociendo los aspectos de nuestra vida que han sido afectados por el orgullo. Luego debemos pedirle al Señor que nos ayude a mantenernos alertas ante cualquier actitud de exaltación personal que aparezca, para que podamos arrepentirnos y caminar en obediencia otra vez. Una de las maneras más efectivas de vencer el orgullo es mirar el ejemplo de Cristo. No había nada en nosotros que justificara su amor y salvación. Solo éramos dignos del infierno, pero se humilló para convertirse en hombre, morir en nuestro lugar y ofrecernos salvación eterna. ¡A Él sea la gloria!
Devocional original de Ministerios En Contacto