Trabajar para Dios nutre, energiza, fortalece e ilumina, trayéndonos más satisfacción que los placeres.
Mateo 16.24-26
Jesucristo fue obediente hasta la muerte (Fil 2.8). Mientras que algunos cristianos pueden ser llamados a renunciar a sus vidas para la gloria de Dios, la mayoría de los creyentes no enfrentarán el martirio. Sin embargo, la muerte requerida de nosotros no es menos real. Morimos a nuestro yo. Los humanos somos seres independientes. Queremos las cosas a nuestra manera, en nuestro momento y en nuestros términos. Pero Cristo dijo que cualquiera que quiera ser su seguidor debe negarse a sí mismo (Mt 16.24). Por supuesto, eso cubre asuntos obvios como hábitos pecaminosos y pensamientos malos. Pero también significa que debemos rechazar cosas buenas porque llegan en el momento equivocado o no están dentro del plan de Dios.
Para un observador externo, el compromiso del cristiano de obedecer debe parecer extraño, en especial cuando las manos vacías toman una cruz (Mt 16.24). A veces, seguir al Señor implica sufrimiento. Lo que los espectadores no pueden ver o experimentar es la profunda satisfacción que obtienen los creyentes al hacer lo correcto. Cristo dijo: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Jn 4.34). Así como la comida es para el cuerpo, la obediencia lo es para el alma y el espíritu. Trabajar para Dios nutre, energiza, fortalece e ilumina, trayéndonos más satisfacción que los placeres. Aun cuando renunciar a uno mismo duele, obedecer a Dios trae alegría. Los creyentes que prioricen la sumisión a Él sabrán lo que quiero decir. La satisfacción se encuentra en acercarse al Señor, sentir su aprobación y anhelar escuchar: “¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel!” (Mt 25.21 NVI).
Devocional original de Ministerios En Contacto