A medida que los creyentes aprendemos más acerca de Dios, lo exaltamos como el Señor de nuestra vida.
Juan 15.9-17
Hace muchos años, los maestros de la escuela dominical de mi iglesia enseñaban a los niños un coro que incluía la frase: “Mi mejor amigo es Cristo”. Cuando esos niños se hicieron adultos, naturalmente dejaron de cantar canciones infantiles como esa. Pero, lamentablemente, muchas veces nosotros parecemos haber abandonado también la idea de que Jesucristo es nuestro amigo.
A medida que los creyentes aprendemos más acerca de Dios, lo exaltamos como el Señor de nuestra vida y lo reconocemos como el Gobernante soberano del mundo. Es más fácil pensar en Él como el Creador excelso y poderoso, Salvador y Señor, que “rebajarlo” a la posición de amigo. Pero Jesús se esforzó por enseñar a sus discípulos que Él era tanto la deidad trascendente, el Hijo de Dios, como el mejor de los amigos (Jn 15.15).
Su oferta de amistad se extiende a los discípulos modernos, también. Al igual que los doce apóstoles, tenemos el privilegio de decir que Cristo dio su vida por nosotros en un acto supremo de amor y entrega (Jn 15.13). Además, su Espíritu revela la verdad de la Palabra de Dios en nuestro corazón para que podamos conocer más a Dios y sus caminos. En otras palabras, Jesús nos ha dado a conocer las cosas que escuchó de su Padre. Un hombre no cuenta secretos a sus sirvientes, sino a sus amigos (Jn 15.15).
Enseñar a los niños a cantar sobre su amistad con Cristo es una buena idea. Pero me pregunto cuándo aprenderán algunos creyentes adultos a cantar de nuevo sobre esa relación especial con Él. Que nunca lleguemos a ser tan religiosos, piadosos o maduros, que no podamos decir: “Mi mejor amigo es Cristo”.
Devocional original de Ministerios En Contacto