La gracia de Dios ofrece perdón a los rebeldes, libertad a los pecadores y una relación con Él a todos los que ponen su fe en Cristo como Salvador.
Romanos 5.1-11
La gracia de Dios es milagrosa. Ella permite que los corazones palpiten, que los cuerpos sanen y que se nos ame, sin importar lo que pensemos del Señor. Ofrece perdón a los rebeldes, libertad a los pecadores y una relación con Él a todos los que ponen su fe en Cristo como Salvador. Los hijos de Dios pueden acercarse a Él con confianza porque no hay condenación para quienes le pertenecen (Ro 8.1). ¡Qué gracia tan extraordinaria!
Pero no siempre fue así. Israel, el pueblo elegido del Señor, vivía bajo la Ley, no bajo la gracia. Al igual que nosotros, eran desobedientes, por lo que Dios estableció el sistema de sacrificios para proporcionar una manera simbólica de que sus pecados fueran perdonados.
Pero como era humanamente imposible obedecer todos los aspectos de los 613 mandamientos que el Altísimo transmitió a través de Moisés, el Padre envió a Cristo para cumplir la Ley por nosotros. La vida sin pecado de nuestro Salvador nos otorga perdón, pues Él murió por todos los pecados (He 7.27).
Los creyentes tenemos como fundamento inamovible la gracia del Señor. Nos cubre como un techo y nos rodea como un muro protector. Permita que dicha verdad penetre en su corazón y en su mente, para que el amor, la bondad y la benignidad del Señor para con los demás llene su vida por completo.
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